- Tranquilícese antes de nada.
No quiero tranquilizarme, quiero una explicación. ¿Por qué ha permitido a mi hija pasar a ver su madre?
-- Papá. ¿Qué pasa? ¿Por qué no quieres que la vea?
No quiero que sufras más por su culpa.
-- Y yo no quiero que ella sufra por nuestra culpa. A mi no me va a pasar nada, yo estoy bien, pero ella no, necesita que la ayudemos, ¿por qué no me dijiste que no recordaba nada de antes? ¿Por qué no me dijiste que no me recordaba? No me duele por ella, me duele por ti, porque me has estado engañando todo este tiempo.
Yo nunca te he mentido.
-- Pero tampoco nunca me has dicho la verdad.
Tampoco es como si tú pudieses hacer algo por ella.
- En realidad...
¡No estoy hablando con usted!
-- Pero yo sí. Le he preguntado qué podía hacer para ayudarla, ahora que ya está mi padre, quiero que me lo diga.
¡No!
-- ¿Por qué no?
No quiero que tengas que pasar por todo esto, no quiero que te vuelvas a ir con ella y que por su culpa no puedas ser feliz...
-- ¿No te das cuenta de que sería más feliz sabiendo cómo está mi madre y pudiendo ayudarla que estando en la más completa ignoracia, pensando en que mi madre está aquí encerrada y yo no puedo hacer nada para solucionarlo?
Pero ¿por qué quieres cambiarlo? ¿Acaso no eres más feliz estando conmigo que cuando estabas con tu madre?
-- Eso no tiene nada que ver... Disculpe, doctora, ¿puede decirnos cómo podemos ayudarla?
- Podríamos empezar a hacer terapia todos juntos, puede que una, incluso, dos veces por semana.
-- De acuerdo, ¿cuándo empezamos?
- Bueno, primero tendría que hablar con ella a solas para ir poniéndola en situación, pero en un par de semanas podríamos programar ya la primera sesión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario