Está bien, le contaré la historia desde mi punto de vista.
No puedo decir que haya sido una niña ejemplar, pero tampoco difería tanto de cualquier otro niño de mi edad. Estaba siempre buscando nuevas aventuras, nuevas formas de enfrentarme al mundo, ese mundo sin problemas en el que vive todo niño a cierta edad. Empecé a entrar en la adolescencia y me convertí, de la noche a la mañana, en una rebelde sin causa. En realidad tampoco fue de la noche a la mañana, más bien era una carrera de larga distancia que había comenzado hacía ya muchos años, casi desde el momento de mi nacimiento. En fin, las malas compañías me rodeaban siempre, en el fondo no eran tan malos como parecían, pero la fama les precedía y eso sí que era difícil de cambiar. Me metía en problemas, pasaba muchas horas fuera de casa, etc. Cosas normales en la adolescencia, pero que causaron ciertas… incomodidades en el ambiente familiar. Mi madre se pasaba horas gritándome, acusándome, castigándome por todo y no solo lo pagaba conmigo. Empezó a discutir con mi padre, se pasaba horas cabizbaja llorando por las esquinas, criticando todo lo que hacíamos y al final… Mi padre no pudo soportarlo y se fue dejándonos solas a las dos. Lo odié. Llegué a odiar a mi padre con todas mis fuerzas. Se fue sin mirar atrás, pensé que no nos quería, que no nos soportaba, que… Hasta que un día recibí una llamada. Era él, me preguntaba que cómo iban las cosas, no pude mentirle, a pesar de que era la última persona con la que quería hablar, pero necesitaba contárselo a alguien. Mi madre se pasaba el día alterada, yo prácticamente no podía salir de casa porque temía que se le diese por hacer algún tipo de locura y me estaban matando sus ataques constantes. Mi padre vino a vernos y ella se puso hecha una furia, comenzó a tirarle cosas, le llamaba demonio, decía que estaba harta de que la controlara… Completas incoherencias, ya que él no hacía nada de eso. Yo lo culpaba por haberse ido y ella lo culpaba por, supuestamente, ejercer un control posesivo sobre ella. Era todo muy raro. Al día siguiente quedé con mi padre a solas y… mi mundo dio un giro radical. Ese padre que había mostrado un abandono total por su familia se mostraba, en ese momento, como el ser más preocupado del mundo por el bienestar de sus allegados. Ese completo desconocido era, de repente, mi alma gemela, mi paño de lágrimas, mi único consuelo. Terminamos abrazados los dos, llorando a mares, compartiendo el mismo sufrimiento.
1 comentario:
... Padres...
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