domingo, 8 de noviembre de 2009

Es cierto eso que dicen que en un segundo puede cambiarte toda la vida.

Yo también era partidaria de que, cada uno, va forjando su camino día a día y que nadie ni nada, externo a la propia persona, es capaz de interferir en el destino de esta ya que, como bien he dicho, solo esa persona es capaz de decidirlo.

Pero entonces apareció Daeva, con un halo mágico alrededor, y en cuestión de segundos destartaló todo mi mundo.


Era un jueves de noche y me encontraba con mis compañeros de facultad, en el mismo bar de siempre, compartiendo nuestras vivencias, conocimientos, etc.

Recuerdo estar muy emocionada mientras contaba el tema del trabajo de ese mes.

Una de mis compañeras me interrumpió al ver entrar a una chica de vestimenta oscura y largos cabellos morenos por la puerta. La chica echó un vistazo rápido al local y se paró en el momento en que nuestras miradas se cruzaron.

Su sola visión llegó a trastornarme.

Mi compañera se disculpó por la interrupción y me pidió que continuase relatándoles mis descubrimientos, pero yo no conseguía que las palabras saliesen de mi boca, en mi cabeza ninguna frase tenía sentido, no era capaz de enlazar un pensamiento con otro, ni lograba asociar una imagen a una palabra.

Con andares misericordiosos, la chica fue aproximándose lentamente, sin apartar la mirada de mi. Sin saber por qué, cuando estuvo a una distancia razonable, me puse en pie. Me dedicó una tierna sonrisa.


- Te estaba buscando.

-

- ¿Crees que podríamos encontrarnos algún día? Llámame.


Me dio una hoja de papel y se fue. Cuando conseguí reaccionar, ya había desaparecido. Me senté. Mis compañeros me miraban sin parpadear, preguntaban quién era, de qué la conocía y qué me había entregado.

En ese momento fui consciente de que, entre mis manos, se hallaba la nota que acababa de recibir de ella. La miré.







Cuando llegué a casa esa noche, conecté el portátil y busqué el número de ese hotel. Descolgué el teléfono y marqué.



- Theile Hotel, ¿qué desea?

- Hola. Esto… me gustaría hablar con una persona…

- Si, ¿me puede decir el número de habitación, por favor?

- Yo… realmente… no lo sé.

- No pasa nada, si es tan amable de facilitarme el nombre y apellidos, podría buscarlo en los archivos.

- Lo siento, pero no sé como se apellida. Solo sé su nombre y no estoy segura ni de que sea real. Se hace llamar Daeva, no puedo decirle más ya que ni yo misma sé mucho, pero… es importante… por favor… yo…

- ¿Hola? ¿Me está escuchando?

- Sabía que me llamarías esta noche.

- ¿Qué? Yo… ¿Daeva?

- Si, soy yo.

- Pensé que no me iban a pasar contigo, porque… no sé como te apellidas y…

- No pasa nada, ahora estamos hablando, ¿no?

- Si…

- Perdona lo de esta noche, no quería molestaros.

- No, no pasa nada… pero… ¿quién eres?

- Creo que de esas cosas, deberíamos hablar en persona, ¿no te parece?

- Supongo…

- No te preocupes, no soy una psicópata si temes a eso.

- No…

- Solo debes saber una cosa.

- ¿Cuál?

- Nuestro encuentro, estaba escrito. Y lo que sucederá, a partir de ahora, tenemos que hacerlo juntas.

- ¿Qué…? ¿De qué estás hablando?

- Te lo contaré. ¡No! Te lo mostraré. Mañana a las doce de la noche, pregunta en recepción por mi.





Esa noche, en cama, no pude pegar ojo. Me sentía inquieta, quería ir, conocer a esa misteriosa chica, saber por qué había dicho eso, qué era lo que quería. Pero al mismo tiempo, algo me frenaba. Aunque sabía que la curiosidad terminaría ganando la batalla e iría, no era capaz de parar de dar vueltas en la cama, con cierto nerviosismo.


Ya no consigo recordar qué sucedió el resto del día hasta haber llegado las doce de la noche.

Me hallaba de pie delante del mostrador de recepción, esperando a que alguien me acompañase a la habitación de Daeva.

Un robusto hombre de traje negro salió del ascensor y me hizo una seña. Me acerqué a él y me pidió que lo siguiera. Entramos en el ascensor, introdujo una llave en el panel, la giró dos veces y el ascensor empezó a moverse.

Me sorprendió, al fijarme, que los números no avanzaban, permanecían en la planta 0, pero yo notaba como se estaba moviendo.

De repente se paró y las puertas se abrieron. Me indicó que siguiera el pasillo hasta el final, que ella estaba tras la última puerta.

El ascensor se cerró a mi espalda. Estaba completamente sola, no parecía que en esa planta hubiese ningún inquilino.

En la más completa oscuridad, fui tanteando el camino hasta llegar al final del pasillo.

Golpeé la puerta dos veces.

“Entra, por favor”

El interior de la habitación estaba casi tan oscuro como en el pasillo. Lo único que desprendía luz eran cuatro candelabros situados, cada uno, en una esquina de la estancia.


Ella estaba sentada en un sillón uniplaza en el centro. Me pidió que me aproximara y tomase asiento. Temblorosamente me acerqué, logré sentarme sin que se me notase el nerviosismo y la miré.

La visión de ese rostro, nuevamente, me trastornó.

Por un instante creí que iba a desfallecer. La cabeza empezó a darme vueltas, el corazón latía desbocado en mi interior, mi respiración se volvió más inestable


- ¿Estás bien? Te noto alterada… Por favor, tranquilízate, ¿quieres beber algo?

- No, no. Estoy bien.

- ¿Segura?

- Si, gracias.

- Muy bien. Como ya sabes, mi nombre es Daeva.

- Daeva…

- Y como te he dicho, nuestro encuentro era inevitable.

Lauviah, estamos destinadas la una a la otra.

- ¿Cómo sabes mi nombre?

- Te lo estoy diciendo. Esto estaba escrito.

- ¿Qué clase de locura es esa?

- No es ninguna locura. Es el destino.

- ¿El destino? Cada uno elige el suyo, mi destino no hubiese sido estar aquí de no haberlo querido yo.

- ¿Estás segura?

- Completamente.

- Muy bien. Pues yo seguiré sosteniendo que es el destino y no nosotras las que elegimos lo que sucede.

- Razónalo.

- Yo no quería ir a ese bar ayer.

- ¿Es ese tu razonamiento?

- Si.

- ¿Qué?

- Si, es por eso por lo que sé que es el destino. Sin yo saberlo, sin quererlo, sin pretenderlo, fui allí. Fui hasta allí por ti. Yo no tenía pensado ir a ese bar, no sabía de su existencia hasta anoche. Cuando salí del hotel, me puse a pasear sin rumbo y me crucé con un grupo de personas, tú estabas entre ellos. No sé cómo, no sé por qué pero, entonces, un nombre vino a mi cabeza: Lauviah. Seguí caminando, recordando ese nombre, preguntándome qué había sucedido, intentando averiguar si era mi subconsciente que trataba de reírse de mi o había algún otro motivo. Así llegué a aquel local, iba ensimismada, mirando al suelo mientras caminaba y me paré al lado de aquella puerta. Entré y allí estabas tú, sentada entre la gente y mirando hacia mi. Esa misma noche, antes de salir del hotel, sentía la necesidad de escribir la dirección en un papel, cuando te vi allí comprendí todo. Reconozco que aún albergaba mis pequeñas dudas, dudas que, al acercarme, desaparecieron por completo gracias a tu reacción. Ahora dime, ¿por qué te pusiste en pie en ese momento?

- No… no lo sé.

- ¿No crees un poco más en el destino?

- No…

- ¿Por qué no?

- Porque no creo en eso. Todo tiene una explicación. Siempre es así, cuando haces algo, lo haces por algún motivo.

- Pues dime cuál fue el tuyo.

- No lo sé…

- ¿Entonces?

- Sentía que tenía que hacerlo.

- Ahí está.

- Eso no explica nada y si lo hace, explicaría mi teoría, no la tuya.

- ¿Por qué dices que explica la tuya y no la mía?

- Porque ese es un motivo para hacer algo. Sientes que tienes o que debes, quieres o lo que sea, hacerlo y lo haces. No es que alguien o algo haya dicho “Haz esto”

- ¿Por qué no?

- Porque sale de ti, no proviene de nada más.

- ¿Acaso yo he dicho que no seas tú la que escribe tu destino?

- Has dicho que el destino está escrito, pero una persona escribe su destino día a día, poco a poco, lo va escribiendo, no está escrito ya.

- Ahí diferimos. Yo creo que cada uno sigue el camino que tiene escrito, que no es un destino impuesto, sino elegido por la persona en cuestión. Yo creo que hay ciertos momentos, puntuales, en los que el camino se ramifica y ahí es donde puedes elegir. Si eliges este, todo te irá de esta manera; en cambio, si eliges este otro, te pasará todo esto.

- Es lo mismo que yo digo…

- No, tú dices que no hay un camino, que lo vas haciendo tú poco a poco. Yo digo que si que hay un camino y todo lo que te pase en él es para, más adelante, facilitarte la decisión de ir por aquí o por allá. Por eso lo que has dicho, explica mi teoría. Una vez que ese camino tuyo se ramifica, tu experiencia (manifestada en forma de algún tipo de sensación, sentimiento, impulso…), te dice que vayas por un lado u otro y tú puedes hacer caso o no.

1 comentario:

Any_Porter dijo...

Me gusta la historia... Estaría bien que la continuases...